¿Puede haber un arte social y político?

 

El arte es una forma de expresión -y más allá de esto un constructo social que refiere de la comunidad en la que se desarrolla- que cambia con el tiempo y con la historia a la que pertenece y representa. Cambia la forma de expresión –cambian los intereses de la sociedad de la que refiere-, pero no la necesidad de articular discursos sobre asuntos comunes y universales. Para Ernst Fischer, cuyo libro sobre el tema se titula precisamente La necesidad del arte[2], éste jamás desaparecerá ni perderá su relación con la humanidad. Precisamente porque necesitamos “apropiarnos” de otras experiencias. Todos los géneros del arte son útiles para esto, pero el video, a mi juicio, se perfila como el más idóneo, sobre todo en los asuntos que tienen que ver con lo sociopolítico.

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Es cierto que cambia de función al cambiar la sociedad, o tal vez más que de función de objetivo. Todo arte está condicionado por el tiempo y representa la humanidad en la medida en que corresponde a las ideas y aspiraciones, a las necesidades y esperanzas de una situación histórica particular, por eso precisamente tiene, también, esa función sociopolítica.

El arte se ha convertido para muchos en un fraude, algo elitista, pocos lo entienden, y para algunos ni siquiera existe. Si además de esto hablamos de video, la situación se complica mucho más. En muchas esferas, incluso las de los muchos artistas, el video, aun llevando más de cincuenta años en primera línea de producción y pensamiento, aun no ha accedido a la “categoría de arte” y mucho menos considerado con una de las “Bellas Artes”. Pero es uno de los medios más eficaces para tratar de ciertos asuntos, especialmente aquellos en los que es necesaria una implicación por parte del creador.

Como digo, es, entre otras cosas, un constructo social. Me interesa como manifestación de los intereses e inquietudes de la comunidad[3], por eso prefiero el trabajo que se está haciendo desde el video, porque creo que tiene una mayor “facilidad” para incidir sobre estos asuntos y puede tener más implicación política. En tiempos como los que vivimos no podemos quedarnos encerrados en los estudios. Hay que pasar a la acción.

Muchos son los videoartistas que están empeñados en desarrollar un trabajo de compromiso, dándole voz a aquellos que no son escuchados. En este sentido, son como un altavoz que puede hablar de lo que a todos nos interesa y nos preocupa.

Son asuntos que nos afectan a todos de una manera directa, tales como los discursos feministas y de género, la inmigración, el problema de la vivienda, de la memoria, los barrios marginales, etc.

Dentro del primer asunto destacan videos como los de Carmen Sigler o Pilar Albarracín. Mamá fuente (2006), de Sigler, nos sitúa ante la mujer centro, cuidadora y alimentadora del hogar. Una mujer que parece no tener otra función en la vida que estar atenta a los demás, a la familia. Aparece su cuerpo con una serie de perforaciones a través de las que sale ese alimento y que son metáforas de las virtudes que tienen que “adornarla”. La mujer que se ofrece y se desgasta.

Pilar Albarracín trabaja más desde el análisis de “lo típico”. En su obra hay muchas narraciones y metáforas del folklore, de la mujer y de un cierto sentimiento trágico de la vida. Amplía su discurso siendo una sola mujer que personifica a muchas otras: la gitana, la campesina, el ama de casa, la prostituta, la folklórica, la emigrante.

En el caso de los barrios marginales y asentamientos chabolistas, que proliferan por todo el Estado Español, Me duele el chocho (2002), de Valeriano López es un ejemplo de esto que digo. Es un acercamiento a donde se hacina una minoría excluida, los gitanos, que viven desde hace muchísimo tiempo en España y forman parte de una cultura común. Viven en condiciones lamentables en el barrio de Las Cuevas de Huéscar. Él les pidió que pronunciaran ante la cámara la famosa frase de Unamuno “Me duele España”, pero también que contaran sus experiencias y quejas, habitualmente olvidadas por los gobernantes, por esto es precisamente un trabajo, también, político.

Videoclub (2005), de Juan Carlos Robles, se realizó en el barrio sevillano de Las 3.000 Viviendas. Una zona del extrarradio compuesta por una población humilde que fue realojada hace algunas décadas en un conjunto de bloques de viviendas. El realojo provocó un cierto desarraigo y una búsqueda feroz de identidad, en un tiempo, además, especialmente conflictivo.

Por otra parte, los fenómenos migratorios, que han existido desde siempre, también son un problema político. Político en el sentido que los Estados implicados no acaban de darte una solución. Muchos ciudadanos de otros lugares vienen a países con una mejor situación económica buscando una solventar sus problemas, buscando un paraíso, cuando en muchas ocasiones se provoca con una situación hostil, a lo que se suma el desarraigo propio del que ha dejado atrás su hábitat tradicional y su familia. Esto hace que se agrupen en determinados barrios de la ciudad.

 

En este sentido trabaja el colectivo Arte90. Son conscientes de su propia realidad geográfica como habitantes de un “espacio fronterizo” como es la zona del Estrecho y como ciudadanos inmersos en una situación social de mestizaje y de cambio, de aculturaciones forzosas y de resistencia no solamente cultural. En Identidades (2006) aparecen inmigrantes “ilegales” en un comercio ilegal. Las carátulas de los cd’s que venden tienen su propia cara. Son ellos mismos los que se venden al mejor postor que quiera “contratar” –también ilegalmente- sus servicios.

 

Valeriano López realiza en Top Balsa (2007) un trabajo en video, fotografía e instalación en el que se acerca a la realidad cotidiana de los inmigrantes, a su situación de precariedad e inseguridad. Visualmente es una obra impactante al retomar la famosa Balsa de Medusa (1819) de Gericault, conectando la historia de los ciudadanos franceses que se ahogaron en 1816 –precisamente frente a las costas de Mauritania- con los subsaharianos que perecen cada día intentando cruzar el estrecho. El autor crea un mar con cd’s, una referencia directa a cómo intentan ganarse la vida estos inmigrantes, vendedores ambulantes de ilusiones, sus ilusiones.

Realiza un trabajo social y políticamente comprometido, de denuncia, enfrentándonos a la cara más oscura de la inmigración con las muertes en el Estrecho, las repatriaciones de menores y, muchas veces, la mirada cómplice e inútil de las autoridades.

 

El problema de la vivienda se ha convertido más en político que económico, también por el surgimiento de los okupas, que parecen no luchar tanto por una vivienda digna que contra un sistema. En muchas ciudades acampó hace años este fenómeno y sus consecuentes desalojos. Estas formas de “expatriación” se ven muy bien en el video Habitar (2006) de Angie Bonino, que filmó estos acontecimientos en Barcelona y Lima.

La recuperación de la Memoria, tanto la colectiva como la personal o familiar, también se puede ver desde una perspectiva social y política.

Amparo Garrido, bucea en estos temas en Remanecer (2008). Se acerca a las labores del campo andaluz buscando, más que una identificación, la memoria familiar perdida cuando su padre emigró a Valencia, donde ella nació. Es como un trabajo casi de ida y vuelta. Ella regresa al lugar de donde procede su familia paterna tal vez para encontrarse con sus orígenes, con ella misma. A la vez es casi un trabajo antropológico y sociológico que se acerca a ese mundo.

Pero hay más asuntos en los que los creadores quieren adentrarse, temas también de interés político. Marisa González ha realizado dos videos particularmente interesantes sobre la presencia de la política en la ciudad, o más bien cómo determinadas decisiones, más políticas que económicas, transforman las urbes y el entorno que las rodea, la vida de los ciudadanos, y cómo estos se manifiestan, de una u otra forma.

En los dos trabajos podemos analizar, además, cómo son esas formas de protesta, radicalmente diferentes, dependiendo del lugar y la cultura donde se dan.

El primero de ellos es Let the people decide (16.01.2010). Está grabado en Hong Kong, una de las metrópolis más desarrolladas del mundo y con más densidad de rascacielos, donde se concentran las grandes marcas y finanzas de toda Asia. Una ciudad ultra masificada que crece a marchas forzadas sin tener en cuenta las futuras consecuencias para la vida de los ciudadanos, robándole terreno al mar y al campo, casi podríamos decir que es un desarrollo indiscriminado que destruye cuanto pisa.

En medio de este caos algunos intentan mantener costumbres y tradiciones. Vemos a los ejecutivos chinos que hacen su gimnasia acostumbrada en la azotea de uno de los edificios del centro de la ciudad. Pero el hecho concreto al que nos acerca el video transcurre fuera, en la calle. Una ordenada y disciplinada manifestación contra la construcción multibillonaria del tren de alta velocidad que pretende facilitar el transporte, pero que va a destrozar campos y pueblos. Protestan por el horror de esta sociedad ultra desarrollista que está destruyendo la vida rural. El desarrollo mal entendido se opone, podríamos decir, a la vida, a la vida como bienestar. Además de que estos avances no siempre son una mejora para todos, especialmente, en este caso, para los campesinos que pierden casas y campos de labor, vivienda y medio de subsistencia.

Lo más llamativo de esta manifestación son los propios protagonistas y su forma de protesta. Llevan las manos juntas simulando que llevan arroz, el que se perderá con los campos, caminan lentamente y se reclinan cada 26 pasos según los kilómetros de longitud que tendrá el tren, para evocar los campos de cultivo que serán destruidos.

En el polo opuesto de esto, geográfica y culturalmente, se encuentra el otro trabajo. En la plaza del Che (2009). Filmado en Bogotá, en la plaza del Che, la artista se convierte en documentalista de excepción de dos hechos singularmente violentos: la destrucción de unos muros con graffitis y las protestas de los estudiantes, no menos agresivas, con el rostro cubierto, como guerrilleros anónimos. Si es cierto que el derribo de los muros no obedece a una operación de urbanismo, hay una acción política detrás, también lo es que los estudiantes no están, no sólo, defendiendo un tipo de arte urbano, también hay acción política.

Estas pinturas son archivos arqueológicos, los mitos de sus habitantes. Hay momentos en que existe una simbiosis entre las ideologías que representan y las actividades que contienen. Pero con el paso del tiempo, estos ritmos se desajustan y la intensidad de su presencia fluctúa según los acontecimientos.

En definitiva, estos trabajos y muchos otros, dan cuenta de esas preocupaciones, pero también del interés de los creadores por hacer de su trabajo en video, como decía antes, un constructo social. Por tanto no es que crea que pueda haber un arte social y político, es que debe haberlo.

 

 

Juan-Ramón Barbancho

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