Quizás vuelva a verte.
De distinta manera.
En otro cuello. Bajo otras manos. Ya no en las prístinas galerías de arte porteñas ni en los salones lujosos de señoras con pieles de animales asesinados.
En otros espacios. En la cuna humilde de un chico desclasado, en la cama deshilachada de una abuela hambrienta.
En la carretilla floja de un ciruja por las calles.
En la bicicleta desflecada de un loco por los boulevares.
Cubriste el cuello de mi madre con tus blasones blanquinegros en las Santas Cenas dos veces al año.
Mis gatos tejieron con sus pelos una trama amarillenta que el sol reflejaba de Mayo a Agosto.
Resguardaste las narices de mis hijos en la pobreza azul de los inviernos sepias horadados en las caminatas a la Escuela Stephenson y Gregoria Denis.
Fuiste el calor ámbar de noches perrunas junto a Casio y Toyota que descansan en su tumba de flores de papel.
Asumiste el lugar del vidrio roto de mi ventana al jardín cuando no tenía un centavo.
En la terrible noche violácea de la opacidad gris oscuro en degradeé del alma escrita en clave de neutros con fecha vencida en la cual buscaba un dintel para balancearme eternamente te escondiste trastornada dentro del círculo cromático del arco iris de 7 colores que pasaba por los vitrales de la quinta para que no te encuentre y te escondiste ingenua en la luminosidad oculta de mi alma que bien conocías.
Hoy eres un jalón de mi carrera y con humildad, te deposito en gesto de amor en ese lugar.
Para que sigas cumpliendo tu misión de alumbrar y de abrigar.
Porque si hay algo que le falta a esta sociedad, es alumbrar, abrigar.
Y amar.
Aunque “amar” debería haber ido primero.
Ya le dí a ella lo que más quería. Mi cámara y mi libro.
-Y no volvió.
Pero ya, es tarde.
PD: Y si algún día paso y no te veo, mi cometido habrá sido cumplido. Y si el ángel de Yahveh viene a buscarme con pedido de captura, en mi indulto que ya tiene redactado Ulrich Lehman, figurará esta humilde acción como antecedente.
daniel otero 